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color

En astronomía se hace un uso bastante peculiar de la palabra color. Por supuesto, sigue haciendo referencia a la tonalidad de la luz que emiten los cuerpos celestes, sobre todo las estrellas, pero se cuantifica en términos numéricos precisos y puede someterse a medidas objetivas por medio de telescopios e instrumentos. Para valorar el color de un astro se mide la intensidad de la luz que recibimos de él en dos intervalos diferentes del espectro electromagnético. Imaginemos una estrella y, para fijar ideas, consideremos que medimos su brillo en la zona de los tonos verdes del espectro: a esa medida la denominaremos V. Midamos luego el brillo en la región azul del espectro y llamemos B al resultado. Si tanto B como V se miden en las unidades habituales en astronomía, magnitudes estelares, la diferencia de ambos números, B-V, es el color o índice de color del objeto. Así, estrellas con colores negativos tienen tonalidades ligeramente azuladas, las que tienen color tienen brillos más equilibrados en B y en V y por tanto aparecen blancas, mientras que los astros amarillentos y anaranjados tienen índices de color mayores, hasta llegar a valores superiores a 1.5 que corresponden a estrellas rojizas. El Sol tiene un índice de color B-V de 0.66. Por supuesto, cabe definir otros índices de color en astronomía empleando otras regiones del espectro en lugar de B y V y, de hecho, se hace con mucha frecuencia.

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